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Un cuaderno de viaje nos permite mirar, con los ojos de quien lo escribe, aquellos hechos que no vivimos, inventar una memoria. El pro-tagonista nos invita a recorrer sus impresio-nes, espiar su intimidad y compartir ese relato, mientras nosotros intentamos compararlo con nuestra propia visión o experiencia. En estas páginas encontraremos a un joven y desconocido Mario Roberto Álvarez, de tan sólo 24 años quien, con sus gráficos y notas de puño y letra, nos conducirá por sus viven-cias, en un recorrido que abarca ciento quince ciudades europeas.
En 1937, recién graduado con Medalla de Oro, obtuvo por concurso una beca que le permitió realizar el viaje y elige como tema de estudio “Viviendas de Interés Social”. Formado en el Academicismo Francés, se en-cuentra ávido de ver Arquitectura Moderna. El arquitecto Perret, en su visita a Buenos Aires, le había propuesto trabajar con él. Sin embargo, con cierto atrevimiento, Álvarez prefirió visitar un mayor número de obras, y tener la oportuni-dad de entrevistar a otros destacados profesio-nales como Beaujouin, Loos, Chermaieff, Nervi, Ponti, Gropius, Speer y Piacentini, entre otros, para nutrirse así con diversas influencias. Siete décadas más tarde, este profesional feno-menal, que ha recogido toda clase de galardo-nes y elogios, realizado innumerables obras y es referente de la arquitectura racionalista local de renombre internacional, me contaría:
… he recorrido mucho en bicicleta y dormido alguna vez en el Ejército de Salvación, vendí mi pasaje de vuelta en primera clase y volví en un camarote con cinco inmigrantes, para que me durara más tiempo la estadía y el di-nero… como estaba solo, me la pasaba le-yendo, trabajando y haciendo apuntes… creía mucho más en el dibujo personal y en las im-presiones que en la fotografía.… me permitió hacer una especie de posgrado… no lo habría obtenido de otro modo y mi vida habría sido otra.Hojear sus cuadernos es percibir la textura, las líneas, el olor y el clima de esa época; nos per-mite asomarnos a su mirada de entonces, re-construir su metodología y entender cómo con-solida sus principios. El joven arquitecto, con letra abigarrada y el trazo suelto de sus magní-ficos dibujos, compone su propio itinerario de estudio en un extenso recorrido por obras de gran variedad temática. En cada una, y con evi-dente detenimiento, hace un registro crítico sólo de aquel aspecto que lo sorprende, intere-sa o disgusta. Resulta muy atractivo el desglose de materiales, colores, detalles constructivos y nuevas tecnologías hecho con minuciosos grá-ficos y descripcioes. Con varios abordajes de lectura, los apuntes nos permiten avanzar y retroceder, dejarlos y retomar-los. Se genera así un ejercicio de interacción: cap-turar las obras en su contexto y pensar en qué se detiene el observador y porqué. Si impensadamente quedaba algo por añadir sobre el arquitecto Mario Roberto Álvarez, este material inédito de sus inicios lo completa.
El hombre impecable, austero y altivo que,con generosidad, siempre abre sus puertas dispues-to a dialogar, nos permite vislumbrar, desde sus comienzos, lo que dará coherencia
a toda su obra: la constancia en la modernidad. Con sus cuadernos confirma otra manera de hacer docencia; nos enseña en qué cree y lo que siente: que el arquitecto es autodidacta, que se forma con ver y preguntar, con esfuerzo, perseverancia y trabajo incesante. Sin ninguna duda, un modelo de profesionalis-mo exquisito, atemporal.
En 1937, recién graduado con Medalla de Oro, obtuvo por concurso una beca que le permitió realizar el viaje y elige como tema de estudio “Viviendas de Interés Social”. Formado en el Academicismo Francés, se en-cuentra ávido de ver Arquitectura Moderna. El arquitecto Perret, en su visita a Buenos Aires, le había propuesto trabajar con él. Sin embargo, con cierto atrevimiento, Álvarez prefirió visitar un mayor número de obras, y tener la oportuni-dad de entrevistar a otros destacados profesio-nales como Beaujouin, Loos, Chermaieff, Nervi, Ponti, Gropius, Speer y Piacentini, entre otros, para nutrirse así con diversas influencias. Siete décadas más tarde, este profesional feno-menal, que ha recogido toda clase de galardo-nes y elogios, realizado innumerables obras y es referente de la arquitectura racionalista local de renombre internacional, me contaría:
… he recorrido mucho en bicicleta y dormido alguna vez en el Ejército de Salvación, vendí mi pasaje de vuelta en primera clase y volví en un camarote con cinco inmigrantes, para que me durara más tiempo la estadía y el di-nero… como estaba solo, me la pasaba le-yendo, trabajando y haciendo apuntes… creía mucho más en el dibujo personal y en las im-presiones que en la fotografía.… me permitió hacer una especie de posgrado… no lo habría obtenido de otro modo y mi vida habría sido otra.Hojear sus cuadernos es percibir la textura, las líneas, el olor y el clima de esa época; nos per-mite asomarnos a su mirada de entonces, re-construir su metodología y entender cómo con-solida sus principios. El joven arquitecto, con letra abigarrada y el trazo suelto de sus magní-ficos dibujos, compone su propio itinerario de estudio en un extenso recorrido por obras de gran variedad temática. En cada una, y con evi-dente detenimiento, hace un registro crítico sólo de aquel aspecto que lo sorprende, intere-sa o disgusta. Resulta muy atractivo el desglose de materiales, colores, detalles constructivos y nuevas tecnologías hecho con minuciosos grá-ficos y descripcioes. Con varios abordajes de lectura, los apuntes nos permiten avanzar y retroceder, dejarlos y retomar-los. Se genera así un ejercicio de interacción: cap-turar las obras en su contexto y pensar en qué se detiene el observador y porqué. Si impensadamente quedaba algo por añadir sobre el arquitecto Mario Roberto Álvarez, este material inédito de sus inicios lo completa.
El hombre impecable, austero y altivo que,con generosidad, siempre abre sus puertas dispues-to a dialogar, nos permite vislumbrar, desde sus comienzos, lo que dará coherencia
a toda su obra: la constancia en la modernidad. Con sus cuadernos confirma otra manera de hacer docencia; nos enseña en qué cree y lo que siente: que el arquitecto es autodidacta, que se forma con ver y preguntar, con esfuerzo, perseverancia y trabajo incesante. Sin ninguna duda, un modelo de profesionalis-mo exquisito, atemporal.
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